Enrique Ángel Angelelli nació el 17 de julio de 1923 en Córdoba (Argentina). Sus padres, inmigrantes italianos, vivían en las afueras de Córdoba dedicándose al cultivo de hortalizas. A los 15 años, ingresó al Seminario Metropolitano Nuestra Señora de Loreto. Al iniciar el segundo año de Teología, fue enviado a Roma para completar sus estudios. En 1949, a los 26 años, fue ordenado sacerdote y continuó sus estudios en la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma hasta obtener la licenciatura en Derecho Canónico.
En 1952, de regreso a Córdoba se hizo cargo de la atención pastoral de la capilla de Cristo Obrero y fue designado asesor de la JOC (Juventud Obrera Católica).
El 12 de marzo de 1961 recibió su consagración episcopal en la Catedral de Córdoba, que se vio abarrotada de obreros y de gente humilde. Tuvo participación activa en diversos conflictos gremiales, marcando así una decisiva presencia poco frecuente en el contexto eclesial de la Argentina y especialmente resistida en los círculos del catolicismo tradicional de Córdoba. El 24 de agosto de 1968, designado por Pablo VI, asumió el obispado de La Rioja. La pastoral de Angelelli se caracterizó por estar junto a los trabajadores en sus reclamos y con los campesinos impulsando su organización. Denunció la usura, la droga, las casas de juego y el manejo de la prostitución en manos de los poderosos de la sociedad riojana. En setiembre de 1974 Angelelli viajó a Roma, donde le sugirieron que no regresara porque su nombre figuraba en la lista de amenazados por la Triple A. Angelelli retornó a su diócesis y planteó los ejes de trabajo para 1975: “Caminar con y desde el pueblo”.
Producido el golpe militar de 1976, monseñor Angelelli levantó su voz para denunciar las violaciones a los derechos humanos e hizo conocer al Episcopado la persecución de que era objeto la Iglesia en La Rioja. Hizo gestiones ante las autoridades militares, incluso ante el comandante del III Cuerpo de Ejército, Luciano B. Menéndez. “El que se tiene que cuidar es usted”, amenazó el militar. El 18 de julio fueron secuestrados, torturados y asesinados los padres Gabriel Longueville y Carlos Murias, de Chamical. El 26 de julio ametrallaron en la puerta de su casa al laico campesino Wenceslao Pedernera, en Sañogasta Y cuando el 4 de agosto monseñor Angelelli, junto al padre Arturo Pinto, retornaba a la capital riojana, luego del novenario a los sacerdotes asesinados en Chamical, a la altura de Punta de los Llanos, su camioneta fue embestida por un auto Peugeot 504, que le provocó el vuelco. El cuerpo del obispo fue sacado y su nuca golpeada contra el asfalto, quedando su corpulenta figura extendida con los brazos abiertos sobre la ruta. En 1986 el juez Aldo F. Morales dictaminó que la muerte de monseñor Angelelli había sido un “homicidio fríamente premeditado”.
Todos sus poemas recopilados se editan ese mismo año con el título de Encuentro y mensaje.
Anotación
Estoy pelando la leña
para encontrarle el alma al palo...
y así dibujar mi rostro
en el interior de este palo.
Por eso huyo de la ciudad
donde es difícil encontrarle
el alma a este palo.
Aquí en la quebrada
y en el silencio de los cerros,
cuidado por los cardones,
los pájaros y el diálogo del arroyo
descubro que es fácil
tallar mi rostro
en el alma de este algarrobo
y escuchar en él
la voz del silencio de los cerros.
Para contarle a mis hermanos,
negros o blancos,
pobre, rico, marginado,
que cada palo de algarrobo
se aprende a amar cantando,
llorando, tallando,
silbando, sirviendo
sin mirar qué leña tiene el palo.
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