Barros Oscar Osvaldo

Oscar Osvaldo Barros fue secuestrado de su departamento por un grupo armado el 7 de mayo de 1976 junto a su mujer, Lucina Álvarez. Escribió en ocasiones para las revistas Crisis y Barrilete. Publicó Chile: el revés de la moneda (Buenos Aires: El Lorraine, 1974), en el que analiza el proceso chileno desde las primeras formaciones del movimiento obrero hasta el golpe del general Augusto Pinochet, en 1973.

Comienzo del libro
Chile: el revés de la moneda


La madrugada del 11 de septiembre de 1973, una patrulla militar, fuertemente armada, llega a la fábrica Petro Dow, en Concepción, copa las salidas y con rápidos movimientos domina con sus armas a los que se encuentran trabajando. El oficial que comanda ordena que todos los obreros se alineen y mantengan sus brazos en alto mientras son apuntados con fusiles automáticos. Han desaparecido las únicas voces que se alzaron en el primer momento y ya no queda ni un murmullo. Los obreros, ante la sorpresiva operación militar obedecen y se mantienen expectantes, cargados de tensión. Un poco han oído de acciones en busca de armas; saben que la ley de control se está aplicando con severidad, pero lo que está ocurriendo sugiere algo mucho más grave y lo confirma el oficial que se para delante de todos protegido por sus soldados gritando:

–El que esté de acuerdo con la Unidad Popular que dé un paso al frente.

Durante un instante el desconcierto es mucho mayor, la inmovilidad y el silencio totales, pero uno de los obreros reacciona, da un paso al frente y dice:

–Yo estoy de acuerdo.

Toda la atención se centra en él y de inmediato, girando apenas su cabeza, el oficial ordena a los soldados:
–Agárrenlo.

Lo agarran, lo apartan unos pasos, “pónganlo ahí”, oyen los soldados; lo ponen, retroceden y miran al oficial que ha levantado su brazo señalando al obrero diciendo:

–¡Fuego!

El oficial ha dado la orden y es inapelable; los demás apenas respiran. Varios fusiles disparan sobre el hombre, ante los ojos de todos sus compañeros que oyen los disparos y ven derrumbarse al hombre, al obrero, con el pecho roto, volteando hacia atrás. Lo ven quedarse inerme, caliente, muerto. El oficial no da tiempo a nada más. Ordena el desalojo, que se cumple a empujones y a culatazos; ninguno de los obreros atina a otra cosa que a salir por donde los empujan, mientras el silencio termina de adueñarse del obrero fusilado.


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