Buenas tardes colegas, amigas y amigos, hoy 13 de junio estamos reunidos para celebrar nuestro día, por diferentes motivos y en los últimos años debido a la pandemia producida por el Coronavirus –Covid 19- no se pudo realizar no solo este acto si no otros que acostumbra a realizar nuestra institución.
Dicho esto, podemos decir que esta celebración tiene un valor con muchos significados, celebrar es como dijo Eladia Blázquez “honrar la vida” y agregamos el instante.
Este monstruo de las letras tiene la escritura como su lugar de residencia; en ella descansa el peso de las relaciones con su abrupta familia, de su soledad y de sus demonios, de sus ángeles. Diríamos que la escritura es un vínculo indefinible donde para cada escritora y escritor podrían definirlo con palabras diferentes, vemos que para Clarice Lispector: “Escribir es una maldición que salva”
Los escritores tenemos derechos y la sociedad argentina los niega, sistemáticamente, por todos los medios. Si un escritor vende, es célebre, se lo reconoce sí, pero, ¿cuántos quedan a la vera del camino entregando su destreza para sobrevivir? Luego, el bendito mercado editorial engaña con una idealización en torno al oficio de escritor, que es a su imagen y semejanza, conveniente a los intereses comerciales, entonces el escritor parece que no necesita comer, dormir, viajar, vestirse… Y además, ¿qué es un oficio? ¿Labrar en mármol eterno una frase universal? Ni siquiera. Es escribir contratapas, prólogos, traducir, compilar, presentar libros de otros, con o sin percibir derechos dignos sobre lo realizado, apenas como un pago, como si fuera un trabajo ocasional. Pero claro, es una industria, donde el capitalista perdura en el sistema legal especulando con los denominados “royalties” del escritor en su propio beneficio para pagárselos (si lo hace) cuando más le convenga. Ningún escritor es socio del editor, todo lo contrario, aunque es el motor fundamental de la industria editorial. Y eso, vale. Y si no vale, hay que hacerlo valer. De eso se trata nuestra misión como entidad.
Sin embargo, hoy el escritor es un rehén de las circunstancias. Nuestra sede está en la vieja estación de Once, un edificio histórico. Cuando ocurrió la tragedia ferroviaria conocida por todos tembló el edificio, y fue un llamado, una advertencia. ¿Quién está a salvo? Naides, diría José Hernández. La precarización laboral es un síntoma de nuestro tiempo, la realización del enriquecimiento salvaje de unos pocos en su máxima expresión. Y en la vida de un escritor significa es esto o morir en el olvido. ¿Cómo escribir bajo semejante amenaza? ¿No estamos los escritores bajo una amenaza constante? Sí. Y sobre eso trabajamos en nuestra institución, abrimos nuestro espacio al debate social, a las problemáticas que tienen que ver con el uso del lenguaje que nos habla para hacernos conscientes y también críticos. Escribir no es un deseo, es un impulso que va más allá del sujeto, más allá de la historia. Por eso el escritor debe ser valorado en su verdadera dimensión. Piensen. Cuando todo esté en silencio, cuando la nada se haga de nuestro planeta, lo único que dará testimonio de nosotros será lo escrito, si es que algún libro sobrevive a la catástrofe.
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