Doncella de Venus

Bahía Blanca, Jueves 5 de febrero de 1856.

La infinita tristeza del estuario y de los salobrales cercanos a este puerto tan lejano y diferente de mi tierra italiana llenan de zozobra mi espíritu. Ni la alegría de papá ni la serena actitud de mamá, han podido alejar mis temores. No sé por qué presiento que en esta “pampa argentina”, adonde mi padre y muchos otros italianos han venido a encontrar el paraíso terrenal, sólo hallaré un destino que, lejos de mi voluntad, ya está signado.

Hoy hemos arribado al puerto de Bahía Blanca. El desorden y los gritos no podían acallar mi miedo. El coronel Olivieri hizo formar a los legendarios. Con la banda de músicos al frente, entraron a la plaza, donde fueron recibidos con muestras de júbilo, tanto por parte del Comandante y los soldados del fuerte como por la población.

Siento ansiedad y palpitaciones. Ahora comprendo que los seres humanos no construimos nuestro destino. Una fuerza irreductible sella una temible marca de extravío y destrucción sobre las cosas que nos suceden.

Así como el mar labra su arcano sino sobre el vientre circular y ocre, la vida talla, día a día, con impía indiferencia nuestro destino.

(Página 7)

Apretando sobre su pecho los pedazos de aquella vida que la habían deslumbrado desde la infancia, María Clara se sorprende por ese universo fragmentado y tan pleno de emocionados significantes que la abuela Valentina le legó. Pero el sueño puede más que su curiosidad y la vence.

Despierta bañada en transpiración y aterrada por una pesadilla. En el sueño ella estaba sola en el medio del desierto. Tenía miedo. De pronto, un hombre con la cara totalmente pintada se acerca y la lleva con él. Llegan a un lugar donde hay hombres, mujeres y niños que corren semidesnudos de aquí para allá. Algunos están pintados, otros tienen máscaras. Frenéticos, van de una choza a otra. Rompen todo lo que encuentran. Vierten agua caliente sobre piedras y un vapor espeso se eleva. Ella se ahoga. Corre hacia una choza. En el centro hay una hoguera encendida. Ella se acerca. Pero el fuego se apaga y sólo quedan las cenizas frías.

(Página 13)

Anny Guerrini

PH. Primera fotografía del Puerto sobre el arroyo Napostá. (Foto Archivo Histórico Municipal de Bahía Blanca)


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