Ignacio Ikonicoff fue un científico especializado en física, graduado en Francia con medalla de oro. Doctor Honoris Causa de La Sorbona. Escribió en la revista Ciencia Nueva. Ignacio llegó al periodismo a través de su profesión y en 1972 estaba en la Lista Marrón de su gremio. Escribió en los diarios La Opinión, El Mundo y Noticias, en la revista Panorama y en la agencia Interpress. Fue un activista del Movimiento Nacional contra la Represión y la Tortura. Allí militaban Dante Gullo, Pirí Lugones, León Ferrari y otros. Desapareció, junto a su mujer, María Bedoián, el 12 de junio de 1977. Tenía 35 años.
Carta de un preso político a su abogada
Instituto de Seguridad y Resocialización,
Rawson, 16 de enero de 1973
Querida Abogada: (Para llevarte el apunte con el encabezamiento y para que tarde menos el censor), querida muy querida…
Voy a contarte cosas de las gaviotas para que vuelvas a asociarlas con la tristeza. Recién vi una volar sobre mi ventana, cruzar el espacio verde que bordea el pabellón, atravesar el “campo de deportes” y posarse después de un giro perfecto junto al mundo exterior, sin batir sus alas ni una sola vez, planeando los cien metros y el aterrizaje. En días más ventosos las veo a lo lejos recorrer muchas cuadras “apoyándose” en las corrientes de aire y usando sus alas como un timón.
Cuando sale el sol hacen tanto ruido que creo tener un viejo gallinero de campo cerca (y en casos de encierro esta no es una sensación triste, por cierto); entonces, si uno en lugar de enojarse se despierta (prohibido a hora tan temprana por “ley de máxima peligrosidad”) puede ver el cielo enrojecido, y desde mi ventana que da al este-sur-este ver cuando a gatas la puntita del sol comienza a asomar. Me permito una digresión: mirando el color del amanecer y del crepúsculo y comparándolo con el azul del mediodía, Einstein y otro que creo que fue Base calcularon ¡el número de moléculas por litro de aire! Realmente hay que ser muy buen tipo y sobre todo infinitamente pacífico y tranquilo para inventar un motivo de trabajo científico contemplando la puesta del sol.
Pero volvamos a las gaviotas. No solo alegran, sino que aportan ventajas. Por ejemplo, al levantarse con su alboroto tempranero, uno puede comenzar a pedir salir al baño a las seis y media. Entonces, con suerte, a las siete y cuarto o siete y media le abren graciosamente la puerta de la celda y con tranquilidad, pues no hay otros presionando por salir (sacan dos por turno, somos cuarenta) es posible lavarse y recibir alegremente la mañana. Todo gracias a las gaviotas, como ves.
Pero hay más. A veces, cuando duermo la siesta, o simplemente cuando al mediodía prefiero pensar sin leer o sin escribir, cuelgo una frazada sobre la banderola de la ventana y sólo queda iluminado un rectángulo angosto sobre el techo. Allí sigo el reflejo, la sombra de los vuelos cruzados de las gaviotas, y el mismo recorrido circular que tanto te entristecía, parece una danza chinesca, apacible y hermosa.
[Carta de Ignacio Ikonicoff a su abogada Mirta Favris]
Los comentarios están deshabilitados