Acerca de 70 poemas.
Ante todo, me da un gusto enorme este reencuentro con Víctor y compartir esta reunión con Charlie, dos amigos fraternales que me ha dado la poesía y la vida. Es un privilegio poder hablar de la poesía de Redondo, la cual me toca tan íntimamente, y acompañado por Carlos Riccardo.
Gracias a Adela que fue el diligente factótum de esta movida.
Quiero aclarar desde el vamos que lo que sigue son reflexiones tomadas al vuelo de la relectura de este destilado de los cuatro libros de poesía de Víctor, que reuniera el entrañable Jorge Zunino, el griego, y que Hilos editora plasmara en atractivo volumen. 70 poemas que aquí nos convocan.
No me anima ninguna voluntad exegética, ni exhibir destrezas teóricas. No es lo mío y puedo decir, no ha sido lo nuestro, como aclararé más adelante.
Intentaré dar cuenta del estilo y el perfil poético de cada libro, de las etapas que, en el caso de la escritura de Víctor, como él mismo señala en el prólogo, se nutren de la profunda interacción humana y poética del grupo o tribu que a mediados de los años setenta se nucleó en el taller de poesía El Sonido y la Furia coordinado por nuestro maestro, Mario Morales, y que pasaría a ser un grupo, una revista, y una editorial, Último Reino. Avatares de los que Víctor fue impulsor tenaz y lúcido a la vez que jefe pandillero y generoso, querible cabrón capricorniano.
Ahora, no podría analizar el recorrido poético de su obra sin evocar todo lo que su poesía alumbra en mi memoria: rituales nocturnos, lecturas compartidas, discusiones, versos repetidos como mantras, borracheras, películas, músicas, como en el film de Cassavetes, también divorcios, promesas rotas: torrentes de amor, en suma.
De esa resaca, en su doble acepción, como limo fertilizante y lo que queda después de las noches intensas, se nutre esta búsqueda estética en común. Versos que son también contraseñas, pasadizos a esa época en la que el nefasto autodenominado Proceso de Reorganización Nacional nos hizo decir con Paul Nizan: teníamos veinte años y sabíamos que no era la mejor edad de la vida, por eso la encendimos en las noches de Concepción Arenal y Luis María Campos frente al Hospital Militar. Por eso hicimos un fuego para vivir mejor, como decía Eluard.
Con vino barato en vasos de plástico, con Charlie Parker, la Licantropía Contemporánea de Louis Aragon y el Aullido de Ginsberg entre tantos otros combustibles poéticos. En esa época algunos pasaron de los sobrenombres de la militancia a llamarse con los nombres de los poetas beats: Victor pasó de ser el francés, como yo lo conocí, a Kerouac. Guillermo Roig sería Patricio Corso; Roberto Scrugli, William Burroughs; Susana Villalba por sus excentricidades de entonces fue la loca Naomí Ginsberg. De esa época son los tráficos pesados, como se llamaba al intercambio de imágenes, (Un pájaro con un cajón en la boca / Un galeón de oro tripulado por ratones blancos / Una botella de whisky vacía con la lengua de un náufrago. Y esta que recuerdo siempre: Una iglesia de sillas eléctricas.) Cadáveres exquisitos e improvisaciones a cuatro o más manos. De esos años aciagos en que tomamos el cielo de la poesía por asalto como ocupas irreverentes es Poemas a la maga, y un poema emblema “Balada para tinieblas” De ese libro que es ofrenda a la hechicera de Rimbaud, este mantra: “santa santa santa palabra / infinita y única a partir de tus ojos.”
Entre 1977 y 1978 Víctor escribe Homenajes y lo concluye en su exilio en Barcelona. Es el libro de la noche romántica, o debería decir, neorromántica que fue una estación estética, un momento en Ultimo Reino que suscitó polémicas con otros grupos de la época. (Que conste que me tienta la parada pero no haré ninguna referencia a este tema.)
En esta etapa hay una recuperación estética de la generación del 40 (Olga Orozco, Molina), que tiene como momento central la publicación en el primer número de la revista en 1979 de Cantos a la noche de Alfonso Sola González. Por entonces leíamos un libro de Albert Beguin, El alma romántica y el sueño, que Mario Morales, el viejo iniciador, nos acercó. Había allí un racimo de citas memorables de los románticos alemanes que animaron, para decirlo con Víctor Hugo, “nuestra obra de fantasma”. Nuestro período de pulso celebratorio, abierto a la revelación y a lo sagrado. De ese libro vuelven estos versos de Homenajes como un encantamiento:
“¿pero que es la muerte sino ese pájaro que nos acorrala a unos contra otros? ¿Qué es el silencio sino tus labios bebiendo el cielo en una fuente turbia de sollozos?”
Si Poemas a la maga es el libro del deslumbramiento por la imagen, “de esa bala perdida en el corazón de las ciudades” para decirlo precisamente con una imagen espléndida de ese libro y Homenajes el del poeta demiurgo, el de la revelación y la quimera, Circe es el libro de la etapa del “giro”, del cambio que se corresponde con una apertura a nuevos horizontes estéticos de algunos poetas del grupo. Se abre así un punto de inflexión en Ultimo Reino y el libro de Víctor es la manifestación más relevante y acabada de esta etapa.
Circe no sólo es el mejor libro de Redondo, es uno de los más importantes de la poesía argentina de las últimas tres décadas del siglo que pasó.
“Cuaderno de trabajo 1979-1985” es el subtítulo. Esta bitácora de años agitados, tumultuosos y expansivos se abre con una declaración estética: “Al lector. Hastiado de cierta retórica cansada, decidí asumir el desorden de mis ideas y transformarlo en un destino del azar”. No se trata de hermetismos sino de procedimientos nuevos para el registro distorsionado, “hasta el límite / en que el lenguaje siga siendo lenguaje / diga desaparecer”.
Ya no es el verbo del poeta vidente, del oficiante nocturno. Ahora, para dar cuenta del “aquí abajo”, de la “rugosa realidad” inasible se trata de calibrar las herramientas para la labor, desencadenar protocolos de experiencia. Puntos de fuga en el entramado de las palabras para saber qué es posible conocer en “la vida, la vida de ojos ciegos, de lucidez radiante.”
Este anhelo de conocimiento es, creo, un hilo que atraviesa la obra de Víctor: donde hubo puertas que franquear en poemas anteriores, en Circe el yo poético acecha con cierto desencanto lúcido para arañar su condición inasible, por ejemplo, en “Poema escrito sobre un vidrio”, o entrama el deseo esa “ola salvaje con forma de flor” y la sed, su centro opaco en el poema “La gran historia de amor”.
Se vale de distintos procedimientos: interroga, repite y prueba morderse la cola, busca reverberaciones en el sentido. “Flor caída”, “Hexágono abierto”, “Quijada”, “Confesiones caseras”, “Opera prima”, el citado antes, “La gran historia de amor” son poemas en que su registro formal no sólo es novedoso en cuanto a recursos, es necesario.
No se trata de virtuosismos, pero hay aquí versos de una belleza urgente: “porque todo es circular para el alma agonizante”, “porque la verdad que nos es accesible reside en la vergüenza, en la desnudez.”.
De Circe es el poema “Muda desaparición”, una prosa poética que se sitúa en diálogo y en, cierto modo, se contrapone estéticamente a “Cadáveres” de Néstor Perlongher. Ambos textos son centrales en la producción poética posterior a la dictadura porque incorporan la temática de la desaparición forzada de personas. El de Perlongher es un texto emblemático de la movida neobarroca de mediados de los ochenta. En “Cadáveres” está la superficialidad del maquillaje, la profusión logorreica de la purpurina neobarroca que resuena en la repetición del “hay cadáveres”.
Redondo, por su parte, reduce el espacio de la representación “apagando” su texto. A oscuras y en silencio. El poema es un espacio de clausura que tematiza en una foto, en el sonido de un fósforo que se prende en la oscuridad, esa realidad, la del desaparecido, que pone en cuestión al lenguaje como medio de reposición posible de lo que está ausente. Y no hay máscaras, no hay ficción, no hay deseo. Hay una muda desaparición.
Mercado de ópera es el libro por donde circulan fantasmas de la poesía, de la filosofía, por momentos monólogo, enumeración caótica y ecos de la novela de Víctor, Las familias secretas que merece un capítulo aparte.
Creo que esta etapa “aperturista” de Ultimo Reino, que se manifiesta claramente en los dos últimos libros de Víctor, está presente en lo que Carlos Battilana en su artículo “Revistas de poesía de la dictadura a la democracia” incluido en el tomo 12 de la Historia crítica de la literatura argentina, señala respecto de la revista: ahí donde “el discurso crítico parece estar ausente, eso es sólo una apariencia. A la manera de los grandes románticos como Schlegel y Novalis, para Ultimo Reino, la crítica no es tanto el juicio sobre una obra, sino el método de su consumación. ‘El acto crítico fue concebido de ese modo como creativo.’ Así, las contratapas de la revista fueron un espacio metatextual privilegiado: un laboratorio que reunía una trama de discursos atravesada por la elocuencia de quien ha frecuentado la escritura y el arte. Textos que disparan una reflexión que no se apoya en la argumentación, sino en las intuiciones de quien ha comerciado en forma concreta con la materia artística.” Así, como dijimos ambos en la presentación del poeta mexicano José Carlos Becerra, “escribir no es más que un reflejo de lo que de nosotros mismos fuimos encontrando”. Dice Battilana: “La teoría se evidencia como una intuición básica del ideario de la revista acerca de que la palabra poética comportaba un valor absoluto”.
Por último, quiero concluir con un texto pendenciero de Deleuze de su libro Diálogos, con Claire Parnet en el que siempre veo el espíritu de la poesía de mi amigo. Lo publicamos en la revista y dice: “Solo se escribe por amor. Toda escritura es una carta de amor: la Real-Literatur. Sólo se debería morir por amor, y no de una muerte trágica. Sólo se debería escribir por esa muerte, o dejar de escribir por ese amor, o continuar escribiendo por ambas cosas a la vez. No conocemos libro de amor más importante, más insinuante, más grandioso que El ángel subterráneo de Kerouac. Él no pregunta: ¿qué es escribir?, puesto que para él es completamente necesario, y es precisamente esa imposibilidad de otra elección la que crea la escritura, pero a condición de que la escritura suponga ya para él otro devenir, o venga de otro devenir. La escritura, un medio para una vida más personal, y no que la vida sea un pobre secreto para una escritura que no tendría otra finalidad que sí misma. ¡Ah! Miseria de lo imaginario y lo simbólico, lo real siempre se deja para mañana. “
Como diría el griego, “Que sea motivo”.
La destrucción de la realidad
Como operación delicada que es, los poetas
comienzan a roer la realidad con tal delicadeza
[e inocencia
que nadie, juraría, creería que eso es lo que
[sucede.
Se desmontan los mecanismos del pensamiento.
La orfebrería mental
se desvanece.
La realidad se aleja del corazón. Desaparece el
[placer.
(Otra manera de verlo:
el mundo se aleja de los hombres
porque el mundo los sobrepasa en inteligencia,
veut dire: la Tierra piensa.)
Se destruye la tapa de lo razonable: el cerebro
estalla.
Entonces la vuelta de tuerca,
el golpe de efecto,
retroceso para la ironía:
se ha ido,
se ha ido,
repite la voz: se ha ido
un hombre viejo que al enfrentar su vejez
decidió arrancar de la muerte
un argumento: la revelación de un misterio:
ver
lo que no existe.
De Circe, Editorial Tierra Firme, segunda edición, 1991
QUINTO HOMENAJE
a Visconti,
pastor de decadencia.
Una estrella caída de tu boca
un pájaro de alas cosidas por el fuego
habitan mi cerebro.
Sólo yo y a mis espaldas las ruinas,
sin poder comunicar nada,
luces, hechizos, gestos,
imposibilidad de palabras que nombren
una estrella caída de tu boca
un pájaro de fuego con las alas plegadas
sobre el hueco de mi lengua, piedras
en la laguna del recuerdo, horas
girando hacia imposibles milagros,
apariciones solitarias, manos que me dibujan
y no calman dolores abandonados
o declaraciones de amor a las que huyo
por temor al sonido despiadado de la palabra amor
desnuda, sin sombras,
brillando sobre alguna madrugada que busca mis huesos,
y desear no entender nada, decir basta
pero desde arriba de un planeta que ha roto el Orden
y no este cuarto de aire moribundo
donde escucho los pasos de la Eterna que me aguarda,
donde el sueño nombra tristes y lejanas armonías,
ideales antiguos y perfectos que retornan
en cuerpos amados, creando esperanzas absurdas
como si teñirme el pelo pudiera evitar
que ella me reconozca y poder huir
de esa atroz eternidad que veo delante,
milagros imposibles cuando las tumbas se cierran,
para abrirme a todo lo perdido
y aferrarme a mi piel como a un amuleto
y decir a los que me esperan
que aún estoy aquí
aunque ame sólo con mis ojos,
que tienen todo el ardor del último deseo,
que insultan a la que acecha a mis espaldas,
y que no ignoran
que este amor es la primera visión que me regala la muerte.
Cuando el camino baja entre prados semejantes a tus cabellos
aún busco imágenes que te arranquen de mis sueños.
De Homenajes. Editorial Último Reino, Buenos Aires,1980 (Primer Premio “Jorge Guillén Conmemoración del Milenario de la lengua castellana” Burgos, España).
Foto de Víctor Redondo
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