Lucina Álvarez de Barros nació en Bembibre, León, España, el 28 de enero de 1945. Viajó a Buenos Aires, con sus padres, a los dos años. El portero del edificio donde vivía con su marido, Oscar Osvaldo, informó que el 7 de mayo de 1976, durante tres horas, un grupo armado estuvo merodeando por los pasillos hasta que ubicó el domicilio buscado. Lucina y Oscar están desaparecidos desde entonces. El departamento fue completamente desvalijado, solamente se salvó un negativo fotográfico que es el único retrato que conservan sus familiares y su hijo Leandro. Era docente. Colaboró en las revistas Momento, Buenos Aires Tango, El Juguete Rabioso, El Barrilete, y participó de la antología Los que siguen (Ediciones Noé, 1972).
Postal
Azul montevideano casas bajas de postal de puerto
el cuero y la verdura y unas tuercas irrisorias
empecinada en sus cositas un día de domingo,
la feria de la calle larga:
en Tristán Narvaja está Latinoamérica.
Eran de ver aquellas caras
complicándose con un silencio de asfalto
como si así nomás de sencillito.
Eran de ver aquellas caras
(la vianda al mediodía y la casa para todos)
el cigarrillo Nevada
el zapato gastado sin planear el nuevo
la risa abierta al costado
de unas pocas monedas uruguayas,
la maceta y la vecina y el plato que había que lavar
la flor dorada que tenía que crecer
(tal vez el sitio que había que cubrir)
Nada que darles
sospechando apenas
ese camafeo sin gesto a las espaldas.
¿Hablar de cantegriles? ¿Del contrabando amargo?
¿De sueldos de migaja
mientras el manquito de la motocicleta
se traga la noche con su luna de almendra?
Algún nombre extraño extrañamente bello
paseaba sus rincones me decía nosotros
(y yo ya lo sabía lo sabría
cuando un día, hoy me dijeran
me dirían que lo atrapó la sombra).
Llegando a Carrasco
la espalda del aire era más dura,
un infinito color de tiempo amargo
disfrazado de chico oscuro “tire dié”
merodeaba valijas
puchos a medio consumir:
Los pobres no tienen nacionalidad
toda la tierra es de ellos y no se la devuelven.
De este lado del río
inevitablemente vuelvo a aquella flor dorada
y estoy segura de que creció
a pesar de la caída y de la sombra
que creció creció
como un hermoso animal para este lado.
Yo me jugué un truco con un innombrable
el innombrable anda jugándose la vida
más allá del silencio que los nombra
más acá de su luna muy adentro
y su fusil de la tierra para arriba.
Buenos Aires, mayo de 1972
Poema aparecido en la revista literaria
El Juguete Rabioso , N° 3
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