Por su actividad política y su cargo de subdirector del diario Noticias, a poco de producido el golpe de Estado de 1976 Norberto Habegger recibió amenazas y debió dejar el país junto a su familia, con la que se radicó en México. Desde allí realizó una intensa campaña contra el régimen militar denunciando que en su país se estaba cometiendo la masacre más grande de la historia nacional. Esa campaña lo llevó a viajar a distintos países de Europa y de nuestro continente, y en uno de ellos cayó detenido porque los servicios de inteligencia de la Argentina tenían sus amigos en la dictadura de Brasil, adonde había ido Norberto (exactamente a Río de Janeiro) para continuar su denuncia al gobierno de Videla. Era algún día de agosto de 1978; nadie pudo precisar el momento ni cómo ocurrieron los hechos, nadie confirmó nada a pesar de que el Ministerio de Justicia de la dictadura brasileña registró su ingreso al país.
Habegger había trabajado en periodismo desde la década del 60, escribiendo en el semanario deportivo Automundo, las revistas Panorama y Primera Plana, la publicación chilena Mensaje y las uruguayas Tierra Nueva y Vísperas. También publicó tres libros: Camilo Torres, el cura guerrillero; Los católicos preconciliares en la Argentina y La huelga del Chocón.
«Advertencia inicial» del libro
Camilo Torres, el cura guerrillero
El 15 de febrero de 1966 un hombre moría en la guerrilla colombiana. Un hombre como tantos otros, hermano tuyo y mío, pero que se había convertido en un pedazo grande de la historia colombiana, en este país latinoamericano desgarrado por el dolor de tanta violencia e injusticia.
No ocupa lugar alguno en la “historia oficial”. O quizás –ahora que ya no molesta– se lo recuerde de vez en cuando, que es una manera de tender un manto de olvido. Pero su vida y su muerte están inscriptas definitivamente en el corazón popular. En el sentimiento de los que no tienen techo, de los miles de desocupados, de los que trabajan la tierra y a quienes se les expropian los frutos de su esfuerzo, de los castigados por la violencia. Su propia muerte es el signo de un nuevo acontecer en Colombia y América Latina.
CAMILO TORRES es su nombre y Colombia su Patria. Muere a los 37 años, en plenitud de sus años mozos. Convergen en él muchas circunstancias: ser sociólogo y sacerdote, cristiano y colombiano. Y un hombre que siente como propio el dolor de los humildes y los menospreciados.
No permanece ajeno a la historia de su tiempo. Es protagonista de la misma, y vocero de una nueva generación de colombianos. Su presencia y su voz de combate se transforman –por esos designios de la historia– en gestos proféticos. Es lo que nadie ha podido ni podrá matar.
Al poco tiempo de su muerte viajamos a su tierra, en la que todavía resuena el eco clamoroso de los vibrantes discursos del “negro” Gaitán, llamado despectivamente así por la minoría dirigente. El caso Camilo Torres nos ha impactado profundamente, nos emociona y nos sentimos pequeños. Dialogamos con quienes lo conocieron y empiezan a surgir los antecedentes y abundante documentación. Camilo se convierte en el pretexto para profundizar la historia de la nación hermana, para conocerla y entenderla.
Por qué será que hemos de esperar a que se nos mueran hombres que hacen de su vida una existencia auténtica para pensar en el drama de nuestra América Latina. ¿Es que la sangre derramada por Camilo y tantos otros que no vacilaron en enfrentarse a una sociedad injusta puede quedar encerrada en la desconocida tumba que guardan sus restos?
¿No debe obligarnos a todos a una severa y leal autocrítica personal y colectiva? Por ello no hemos querido permanecer al margen. Sentimos la obligación de comunicar la experiencia vital de Camilo Torres. Tal como se dio, con dolor y emoción, agresividad y violencia.
* * *
Aquí no se ha intentado levantar un nuevo mito, ni queremos transformar a Camilo en el centro de nuevas discusiones y polémicas.
Pretendemos desentrañar el sentido profundo de su lucha, no nos interesa “copiar” políticamente su experiencia.
El hecho “Camilo” y su liderazgo se desarrollan en Colombia y no tiene validez su trasplante a nuestro país. Pero nadie puede echar en el olvido a Camilo como “signo” de lo que muere en nuestra América Latina y de lo que nace. Porque es el “profeta” que nos anuncia un mundo distinto, donde los hombres se realicen como hombres. Y nos recuerda la injusticia y falsedad de la civilización “occidental y cristiana”.
Porque nos señala por dónde avanza la historia, descubriendo –por eso su gesto es profético– que la misma marcha junto con los que padecen hambre. Que se construye con los que están abajo.
Pero para él, la energía vital de los desposeídos no fue la excusa para alimentar su imaginación, sino el fundamento del que arranca esa fortaleza que le permite entregarse como hombre total, prefigurando en su vida la sociedad que quiere construir…
Camilo es una invitación…
Porque supo vivir la propia vida y morir la propia muerte… Por eso revivamos su historia, que es parte de la historia de nuestra Latinoamérica, de la tuya y la mía, tierra común de todos, y todos comprometidos en una empresa común. Camilo es una invitación…
Marzo de 1967
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