Y el caballero, lentamente se cuadró.
Atrás quedaron las siestas correntinas,
En que la vida era instinto y porvenir;
Las noches adolescentes españolas,
Cuando ríos de sangre, forjaban un carácter;
O la Hermandad Americana mirandina,
Que permitió conocer a un tal Maitland,
En las brumosas islas anglosajonas.
Soportó el peso del pasado, y recordó:
La noche que no vuelve, derrochada,
En el manto frondoso y balsámico del olvido;
El segundo absoluto y limpio, en que:
“Una mujer me ha mirado para toda la vida”;
El acierto del destino, o de quién sabe quién,
Al encarnarse en Cabral, cuando Febo brillaba,
En la única vez que sentimos chillar su sable.
Miró a los ojos a su visita, y no le negó compañía;
Parecía como si lo pasado fuese una gran base,
Que sostenía en un vértice estrecho, al presente.
Todo lo formaba; su hija Mercedes, y el histórico cruce;
El embarque en el pacífico, y la zapa peruana;
Su gobierno incaico, y el recelo nativo;
Su encuentro con Bolivar, uniendo el continente.
¿Podría haber hecho más? Tal vez, no lo supo;
Lo seguro fue, que a partir de ese momento,
lo era todo.
Germán G. Reutemann
PH “Revolucionarios” – Ariel Mlynarzewicz
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