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Lugones Susana “Pirí”

Lugones Susana “Pirí”

Susana “Pirí” Lugones nació el 30 de abril de 1925 y fue secuestrada el 20 de diciembre de 1977 y asesinada el 17 de febrero de 1978. Estuvo en el “Club Atlético” y en “El Banco”. Nieta de uno de los poetas centrales de la literatura argentina e hispanoamericana, Leopoldo Lugones; hija de un policía que alcanzó fama por sus métodos de represión, “Pirí” y su familia fueron atravesadas a fuego por la historia de este siglo en la Argentina. Era maestra y estudió Filosofía y Letras, donde conoció a Carlos Peralta, con quien se casó y tuvo tres hijos. En sus radiantes 52 años de vida, “Pirí” fue un punto de cruce singular entre el periodismo, la literatura, el arte, la vida intelectual y política de Buenos Aires. Trabajó en Mucho Gusto, en Prensa Latina, en la editorial de Jorge Álvarez y en La Opinión, Siete Días y Crisis,entre otras. Sobre uno de sus cuentos se basó parte de la película Psexoanálisis, de Héctor Olivera (1968). Fue militante de las FAP y de Montoneros.

La tanga

Yo no pulseo con mujeres, dijo, y para levantárselo había que hacerlo incurrir. Si llegaba a la cama seguro que quería pulsear. Pulseó, de hecho, y al rato, ahí mismo, en la reunión. Hay que rodearlos, hacer el juego de convencerlos, el método, como siempre. Solo las grandes pasiones, el hombre de mi vida escapan a los métodos y los cálculos.

Pero la noche venía fácil y ninguno de ellos quería perdérsela. Ninguno de ustedes. Ni de nosotras. Éramos tres mujeres esa noche, una punta de mujeres y otra abrió el fuego y se llevó a mi hombre y era tanto lío de mujeres que podríamos habernos acostado todos juntos, pero yo hubiera rajado, y vos, y otros se hubieran achicado aunque la noche venía fácil y cada cual –parecía– iba a conseguir lo que esperaba. Pero solo yo lo conseguí.

Jugamos a la verdad. Jugar a la verdad es proponerse altos ideales. Es pensemos que yo miento y los demás son buenos. O pensemos que solo digo la verdad aunque los demás mientan, y no sirve para nada. 

Fuiste cruel y Elsa tuvo que decir, como dice en sus artículos, en las mesas redondas, que sos el más grande escritor americano. Elsa cierra los ojos y manotea como si estuviera en el agua para decirlo. Derrama el vaso de whisky en los cócteles, atropella el micrófono de las mesas redondas, se quema con el cigarrillo y dice creo que Eliseo. Es un acto de fe. La rubiecita que había venido con vos, la única nueva entre nosotros, tuvo que confesar que no era virgen. Y te lo agradeció. No sirvió para nada, aunque te sirvió para decirme que yo era tan linda. Porque me lo creí –no sé por qué– ahí me asusté, Eliseo. Me olvidé que eras un técnico de la seducción, un oficialista del lance.

Por eso, mientras la vuelta seguía, me tiré en esa cama y claro, Eliseo vino y me besa y me tira del pelo, más me tira que me besa. Está apelando a un recurso, no tiene ganas de besarme. Pero cuando consigo darle bronca, cuando le digo Ah machazo, entonces me besa de veras. Aunque a lo mejor no, no le di bronca sino que se creyó lo de machazo. Después su mano me recorre y yo le digo un hombre es igual a otro hombre, una mano da lo mismo que otra mano, pero se lo digo porque todo mi cuerpo está pensando en la mano de mi hombre –entre qué camas, entre qué piernas– y porque esta mano de Eliseo no me da frío ni calor y entonces la mano, el brazo, el hombre está pulseando, venciendo, diciendo no sos más fuerte que yo pero a ratos te amo. Y esas dos mujeres, Elsa y la rubiecita, están sentadas ahí y te aman, Eliseo, y nos miran y nos miran y sonríen. Pero es demasiado intolerable y me levanto de la cama y alguien me alcanza un whisky y Eliseo se sentó entre el grupo y puso la botella al lado del asiento y bebió varias veces y dice cosas serias y discute y Elsa pestañea y llena los huecos de tus argumentos que son torpes. Y quiero que sean más torpes, porque yo me he propuesto algo y la única que va a conseguirlo soy yo, aunque la noche les parezca a ustedes que venía fácil.

Entonces Eliseo quiere tranquilizar a esas dos mujeres suyas y refuerza una frase diciendo cuando estábamos conversando con vos allá, señalándome a mí y señalando la cama y yo digo, aunque todos lo saben, porque nadie dejó de vernos, no conversábamos, franeleábamos y bien que me gustó. Ahora todos querríamos llorar, los unos por los otros, pero eso no se puede y Aguirre se levanta del sillón, se estira las puntas del chaleco, carraspea y nos propone llevarnos a casa. Te llevo primero, me dice, aunque eso no tranquiliza a nadie porque cuando me vaya comienzan las explicaciones. Pero salimos y subimos a la camioneta de Aguirre. Para llevar primero a Julio hasta Avellaneda, que se ha sentado entre Aguirre y yo, y también en la cabina está la chica de Julio que no sé cómo se llama. Los cigarrillos se han terminado como pasa siempre a las tres de la mañana. Tengo ganas de coger y de fumar, digo. Y no sé de cuál de las dos cosas tengo más ganas digo, y ellos se ríen como locos y Julio aprovecha para arrimarme su muslo caliente y refregarlo contra mi pierna, mientras Eliseo, que va parado en la parte de atrás de la camioneta con Elsa y la rubiecita, curiosea su cabeza dentro de la cabina, a riesgo de tumbarse porque vamos rápido ahora entre calles oscuras y dice ¿qué dice? Como todos se ríen todavía y ¡cómo podés ser tan bruta!, Eliseo me agarra de los pelos y me besa mordiendo mientras el viento nos seca la saliva de esos besos interminables y Eliseo hace equilibrios desde afuera, sostenido de caerse con esa mano que se agarra de mi pecho, tan inestable en esa camioneta que corre de madrugada por Avellaneda entre los gritos aislados de algunos cafés y unos pocos vigilantes desinteresados que no saben que la noche venía fácil ni imaginan este fin de fiesta de una reunión de intelectuales.

Atrás Elsa por el rectángulo de vidrio de la cabina sonríe y ahora Eliseo no se va a caer porque la otra mano, la que no está en mi pecho, acaricia la nuca de la rubiecita y Elsa sonríe, sonríe como si fuera a decir que está perfecto así y solo se incomoda, pero apenas, cuando propongo seguir este camino a Mar del Plata y llegar mañana, mientras siga el viento y los besos de Eliseo y la noche no termine nunca. Pero Julio se bajó y hay que llevar a su chica y Eliseo salta al suelo y sube a la cabina, pero hay que partir de nuevo y Aguirre compró cigarrillos para todos y Eliseo salta a la camioneta, arriba, y rebota contra el piso y se lastima un labio que ahora sangra y ya no me besa más el resto del camino hasta que Aguirre nos deja en medio de la vereda, en Corrientes, y se va con la chica de Julio, diciendo llevate estas minas, Eliseo. Y en el taxi estas minas no hablamos hasta que Eliseo se baja para acompañar a la puerta a Elsa y qué le dirá, pobre Elsa, que no sabe, que no va a poder dormir sin saber si la rubiecita o yo, la rubiecita que ahora se llama Marina.

¿Y quién ahora, Eliseo, cuando subís al asiento de atrás, en el medio, en el lugar que te hace Marina, tan sumisa, entre nosotras dos? ¿Quién, Eliseo, ella o yo?

Pero es ella cuando das mi dirección al chofer y me dejan en casa y les digo chau.

Y es de mañana, ahora, cuando me llamaste por teléfono y yo tenía un sueño bárbaro para decirte que bueno, que subieras, porque solo yo, pensé, iba a conseguir lo que me proponía de esa noche. Y me volví a vestir con un suéter y unos pantalones y estiré la cama antes de que llegaras sonriendo tan blandamente, tan blandamente como te quedaste dormido, y aquí te tengo, mi trofeo, lo que yo esperaba de esta noche que venía fácil, pero distinto.


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