Era primavera. La famosa novelista Taylor Cadwell y su esposo se hallaban de vacaciones en St. Moritz, donde tenían su residencia veraniega, a la que concurrían todos los años sin interrupción.
Era imposible no encontrarlos en las fiestas de la alta sociedad de St. Moritz; particularmente, en aquellas donde se reunían los intelectuales y los artistas, pues era el ambiente que ellos frecuentaban.
Cierta mañana, en un encuentro informal con sus amistades, la Sra. Cadwell contó que ella y su esposo cultivaron durante años una mata de lirios que jamás florecía. La variedad de lirios a la que ellos dedicaban su tiempo libre, era exótica, muy difícil de conseguir, motivo más que suficiente para dedicarle todas sus energías.
De todas maneras, ellos siempre abrigaron las esperanzas de que alguna vez tuvieran la bendición de que los lirios florecieran.
El Sr. Cadwell supo por un botánico amigo que aquel tipo de arbusto era conocido como “lirio de la resurrección”. Al tomar conocimiento de este dato, no pudo menos que sonreír por tan disparatado nombre, según su opinión, ya que no llegaba a entender el por qué de “resurrección”.
Transcurrieron los días, meses y años y los lirios seguían sin florecer.
Al observar que los lirios no florecían manifestaron su preocupación a botánicos de todo el mundo, ya que les parecía imposible que pasaran los años y no pudieran tener éxito en su cometido.
Parecía como si estuvieran dedicados a mejorar a un enfermo con una dolencia incurable. Consultando a todos los médicos botánicos del planeta la respuesta era siempre la misma, nadie entendía por qué no florecían; si bien sabían que era una variedad de difícil floración, tenían la esperanza de que tamaño milagro sucediera.
Tanto se entusiasmaron en su tarea que el vecindario llegó a sospechar que estuvieran llegando a tener cierto grado de demencia ó locura esquizofrénica por estar dedicando todo el tiempo a una única y exclusiva tarea.
Para los extraños era sospechosa tanta dedicación a una simple planta. Los comentarios de la vecindad llegaron a tal punto que algunos estaban considerando la posibilidad de no invitarlos más a sus fastuosas y selectas fiestas por temor a pasar papelón ó que el único tema de conversación fuera la resurrección de sus tan amados lirios.
La vida siguió su curso. El matrimonio Cadwell continuó con su refinado tren de vida, cultivando sus plantas como de costumbre.
Pasó el tiempo sin tener mayores novedades tanto en el cultivo de los lirios como en las actividades que desarrollaba el matrimonio Cadwell. De repente, la comunidad de St. Moritz tuvo conocimiento de una lamentable noticia: el señor Cadwell estaba muy enfermo, tanto era su amor a los lirios que no se había dado cuenta que había contraído una grave dolencia.
Su esposa consultó a cuánto médico pudo contactar para indagar sobre la enfermedad de su esposo, las respuestas eran siempre las mismas: “no había salvación”. En ese momento, se percató de una extraña y lamentable coincidencia: tanto su esposo como su mata de lirios estaban muy enfermos y no había forma de que se curaran.
Pero esa casualidad se iba a romper en poco tiempo, ya que la mata de lirios floreció finalmente, una sola vez, el mismo día y a la misma hora en que el Sr. Cadwell recibía sepultura.
Patricia Elena Vilas
PH. Los Lirios. Vincent van Gogh
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